jueves, 15 de agosto de 2013

SANTIAGO DE COMPOSTELA. ¿Donde la lluvia es arte?

Hola, bruji,

“Chove en Santiago” cantaba en gallego el poeta andaluz García Lorca, paseando sus amores por Galicia y eso me recuerda una escena recurrente de Santiago: en Santiago llueve. Y la piedra, porque Santiago es una ciudad entera de piedra y a Santiago llega un Camino también de piedra, queda preciosa, que mejor comunión que la de la piedra con el agua. No hay nada más romántico que las tres rúas que llevan a la catedral mojadas mientras mis botas chapotean por los charcos de piedra. Nada es más romántico que escuchar a una gaita que llora por escuchar el tintineo de unas monedas protegida por los soportales de las rúas acompañada de la percusión de la lluvia sobre el suelo de piedra… Pero, la verdad… tanta lluvia, a veces, es una putada.

Santiago sin lluvia es arte. Sus piedras se levantan majestuosas por doquier. Se levantan en forma de plazas, se levantan en forma de catedral, se levantan en forma de noche, esa “Longa noite de pedra” (Larga noche de piedra) que cantaba Celso-Emilio Ferreiro, pero que aquí es larga con marcha de gaita y guitarra eléctrica en los muchos pubs que salpican la ciudad vieja siguiendo la entrada triunfal del Camino de Santiago. Pero por el día la piedra tiene color, la piedra huele, y ese río de calles que rodean la catedral, Raíña y O Franco (que nadie piense en el dictador, franco en gallego es “libre”), descubren un río de olores y sabores en forma de tascas, y un río de lugareños mezclados con mil peregrinos y turistas, degustan en las terrazas de piedra un buen pulpo, una mejor empanada y el vino de la tierra.

Santiago es espiritualidad. Espiritualidad en Santiago es mezcla de religiosidad y magia. Esa religiosidad y esa magia que, cogidas de la mano, vuelan en forma de botafumeiro en la catedral. Es increíble como un incensario tamaño XXL puede dejar atónitos a miles de fieles y de descreídos alrededor de un altar. Fieles y descreídos que van a cumplir con el rito de los “croques” en el Pórtico de la Gloria para pedirle al santo bienes presentes y futuros o que hacen colas kilométricas para traspasar el umbral de esa puerta que llaman Santa, y que sólo se abre cuando es año santo compostelano. Y eso hace que Santiago también sea tiempo, no sólo el tiempo que pasó para ver crecer esas piedras que hacen convivir románico con barroco y con neoclasicismo, si no, ese tiempo cuya noción perdemos callejeando por sus calles o meditando en las largas esperas para besar la efigie del apóstol. Pero Santiago también se ríe del tiempo: me encanta escuchar las risas de las excursiones de los jubilados cuando de espaldas al árbol de las ciencias de la Universidad, palpan a ciegas, la rama que les indica que carrera estudiarán en el futuro…

Santiago es arte porque todas sus calles desprenden música. Cada dos pasos verás a un músico solitario rasgar tañer sus instrumentos para que los mimos que están a dos pasos no se sientan solos. En las noches de verano, verás a la tuna cantar (o intentarlo) en los soportales de Correos, en la rúa do Franco, al tiempo que le intentan vender un peine gigante a un calvo.

Santiago es verde, “verde que te quiero verde” que también diría Lorca. Y el verde convive con la piedra y con la espiritualidad y con el tiempo. El verde rodea a toda la ciudad, salpicada de jardines, y desde el verde de la alameda, podremos compartir banco con un Valle-Inclán de piedra y disfrutar de todo el esplendor de la fachada del Obradoiro. Y sentado en ese banco al anochecer, bajo las luces de la bohemia, sólo te puedo decir: tienes que venir a Santiago.

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