Hola, bruji,
En ningún lado he vivido la
sensación de intemporalidad que desprende toda Cuba, y en especial
La Habana. Desde las olas del Malecón hasta las letras del Vedado
hay distancia pero no hay tiempo, que absurdo el reloj en Cuba, que
absurdo el reloj en La Habana… Son, son… y a ritmo de son se
mueve todo, todo sea cantar y bailar en cualquier esquina, todo sea
charlar en cualquier esquina porque en La Habana el tiempo no pasa.
No pasa por las fachadas de sus casas, eternamente desconchadas, no
pasa por la monumentalidad de sus calles, no pasa mientras
disfrutamos de un mojito en La Bodeguita del Medio o de un daikiri en
el Floridita, como en su día hizo Hemingway. El tiempo no pasa para
nosotros mientras las olas del malecón mecen la ciudad mientras unas
pateras ávidas de horas se pierden unas millas más allá cercanas
al estado de Florida.
Pasear por La Habana Vieja es
disfrutar de agradable conversación con ancianos de espíritu joven
sentados en fila en los portales cuando el calor decae al tiempo que
intentamos alejar con un no el constante acoso de esas adolescentes
(incluso niñas) viejas que llaman jineteras para quienes un reloj sí
vale mucho. Pasear por La Habana Vieja es disfrutar del mercadillo de
artesanía de la plaza de la Catedral, pagando en dólares, mientras
disfrutamos del son, son al tiempo que algún mozalbete nos intenta
vender una caja de Habanos o un ron añejo, ambos de dudoso origen y
más dudosa calidad.
¿Y qué pasa con el paladar en La
Habana? ¿Dónde disfrutar del mítico arroz a la cubana (nada que
ver con este arroz blanco con tomate y huevo frito que comemos en
Europa) o de una buena langosta por poco dinero? Aunque no hay
concepto del tiempo sí lo hay del dinero, y los restaurantes
oficiales o los de los hoteles, bastante caros, así que lo mejor
para agradar el paladar es eso que también llaman paladar, que no
dejan de ser restaurantes caseros clandestinos (es también muy
cubano el hacer la vista gorda…) y en ellos, por bastantes dólares
también, aunque menos que en los hoteles, podremos comer como
verdaderos reyes.
No voy a hablar de política para
no desvirtuar la memoria del Che Guevara a quien canta en sus melodiosos sones, el poeta
Nicolás Guillen…
Así que, bruji, si alguna vez te
vas a La Habana, olvídate del reloj y deja que el tiempo te envuelva
con un mojito y al ritmo del son, son. Ya te llegarán las prisas
cuando te vuelvas al aeropuerto, con nombre de otro poeta, José Martí para regresar a casa.
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