miércoles, 21 de agosto de 2013

LA HABANA. Cualquier tiempo pasado fue lo mismo.

Hola, bruji,

En ningún lado he vivido la sensación de intemporalidad que desprende toda Cuba, y en especial La Habana. Desde las olas del Malecón hasta las letras del Vedado hay distancia pero no hay tiempo, que absurdo el reloj en Cuba, que absurdo el reloj en La Habana… Son, son… y a ritmo de son se mueve todo, todo sea cantar y bailar en cualquier esquina, todo sea charlar en cualquier esquina porque en La Habana el tiempo no pasa. No pasa por las fachadas de sus casas, eternamente desconchadas, no pasa por la monumentalidad de sus calles, no pasa mientras disfrutamos de un mojito en La Bodeguita del Medio o de un daikiri en el Floridita, como en su día hizo Hemingway. El tiempo no pasa para nosotros mientras las olas del malecón mecen la ciudad mientras unas pateras ávidas de horas se pierden unas millas más allá cercanas al estado de Florida.


Pasear por La Habana Vieja es disfrutar de agradable conversación con ancianos de espíritu joven sentados en fila en los portales cuando el calor decae al tiempo que intentamos alejar con un no el constante acoso de esas adolescentes (incluso niñas) viejas que llaman jineteras para quienes un reloj sí vale mucho. Pasear por La Habana Vieja es disfrutar del mercadillo de artesanía de la plaza de la Catedral, pagando en dólares, mientras disfrutamos del son, son al tiempo que algún mozalbete nos intenta vender una caja de Habanos o un ron añejo, ambos de dudoso origen y más dudosa calidad.

¿Y qué pasa con el paladar en La Habana? ¿Dónde disfrutar del mítico arroz a la cubana (nada que ver con este arroz blanco con tomate y huevo frito que comemos en Europa) o de una buena langosta por poco dinero? Aunque no hay concepto del tiempo sí lo hay del dinero, y los restaurantes oficiales o los de los hoteles, bastante caros, así que lo mejor para agradar el paladar es eso que también llaman paladar, que no dejan de ser restaurantes caseros clandestinos (es también muy cubano el hacer la vista gorda…) y en ellos, por bastantes dólares también, aunque menos que en los hoteles, podremos comer como verdaderos reyes.

No voy a hablar de política para no desvirtuar la memoria del Che Guevara a quien canta en sus melodiosos sones, el poeta Nicolás Guillen

Así que, bruji, si alguna vez te vas a La Habana, olvídate del reloj y deja que el tiempo te envuelva con un mojito y al ritmo del son, son. Ya te llegarán las prisas cuando te vuelvas al aeropuerto, con nombre de otro poeta, José Martí para regresar a casa.

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