domingo, 19 de enero de 2014

BARCELONA. Cuerpo de mujer hecho ciudad.

Hola, bruji,

hay una canción, preciosa por cierto, del desgraciadamente malogrado Antonio Flores que en un momento dado dice algo así como ...el garabato de un niño es tu cuerpo de mujer, rectas curvas, curvas rectas imposibles de aprender... y eso me recuerda a Barcelona, no podría concebir esas tremendas rectas que son las Ramblas, el Paseo de Gracia o la Diagonal, o casi toda la ciudad, excepción hecha del Barrio Gótico, sin todas esas curvas imposibles que en su día delineó Antonio Gaudí. Es por eso que pasear por Barcelona es quebrantar las ecuaciones del espacio y del tiempo y ver que la distancia más larga entre dos puntos es una recta, porque en cada recta es muy posible que haya muchas curvas que ver.

Y ese es el encanto erótico de esta ciudad hecha mujer, todas esas curvas, además llenas de color, que nos sorprenden y nos deleitan con su sinuosidad provocativa, aún mucho más de lo que puedan seducir los espectáculos de reputados (sin segundas intenciones el adjetivo) clubes como el Bagdad, una de las mejores, dicen, salas porno de Europa. Pero sigo pensando que son más atractivos los encantos de las rectas curvas y las curvas rectas de la Casa Milà o la Casa Batllò, la estructura casi imposible de la Sagrada Familia, que casi parece una mano de Dios erigiéndose sobre la tierra, o ese parque por el que los turistas angloparlantes más osados preguntarán, intentando traducir buenamente, por el 'Parque Bien' ―lo sé, es chiste malo...―, porque el Parc Güell, desde su sinuosa bancada, llena de curvas y exultante de color, nos ofrece la mejor vista de las largas rectas de las avenidas de una gran ciudad, rectas rodeadas de las sinuosas curvaturas de Montjüic y del Tibidabo, gran ciudad que vista desde un sitio así gana muchos puntos en el aspecto romántico.

Dos son los laberintos que hay en Barcelona, porque todo cuerpo de mujer tiene sus secretos en los que es fácil perderse, por un lado está el Barrio Gótico, coronado por la catedral, con sus micro-callejuelas, donde hay rinconcitos muy entrañables y cafeterías de lo más agradable en las que disfrutar de un buen rato de asueto y por otro lado el Parque del Laberinto, en el barrio de Horta, que es un precioso jardín al más puro estilo del romanticismo del s. XIX, plagado de caminitos sinuosos en subida y bajada, rectas curvas, curvas rectas, con muchas fuentes en lugares umbrosos y escondidos, y en cuyo corazón hay un laberinto de los de verdad, un laberinto de esos de setos, al que podemos acceder cruzando la curvatura de alguno de sus arcos, para perdernos, quizás durante unos 20 minutos si tenemos prisa, si no, más, en una miríada de rectas que no llevarán a ninguna parte, aunque si la suerte nos acompaña, primero llegaremos al centro para disfrutar de su fuente redonda y unos banquitos de piedra en los que descansar, y luego, tras deambular otro buen rato, podremos salir, aunque si no hubiera demasiada gente, y eso que la entrada está restringida a 750 visitas por día, sería un sitio ideal para no querer salir en mucho rato... ¿Sigues pensando que la línea más corta entro dos puntos es una recta?

Con lo grande que es, si eres capaz de desentrañar este galimatías matemático de las rectas curvas y las curvas rectas, podrás disfrutar de Barcelona muy lentamente, en apenas un instante, porque ésa es la magia de un cuerpo de mujer, es la magia de Barcelona.

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